jueves, 5 de mayo de 2011

Mimesis y anamnesis en la Teoría platónica del Arte.

           La tradición poética presenta al poeta como un ser que actúa de intérprete de los conocimientos de las Musas o los dioses para los humanos. La idea de una especie de trance aparece con Demócrito, que negó que nadie pudiese ser un gran poeta sin furor (o éxtasis), sin un trance creador en el que los dioses emitiesen un soplo sagrado al alma del poeta. La Teoría de la Inspiración defendía que ese soplo inflamaba el alma del poeta poniéndolo en un estado semejante a la locura y lo alentaba al máximo de su capacidad creadora. Demócrito no negaba al autor la paternidad de sus obras, pero sí la condicionaba al estímulo de un agente externo sobrenatural. No podía considerarse al poeta un autor pleno porque dependía del hálito divino.
Platón desarrolla en un primer momento una Teoría del Furor Poético acerca del origen de la poesía. En ella, recurre a la noción de intervención psíquica como modo de designar un estado singular de la mente en el que el creador funciona como elemento de mediación entre una fuerza de orden superior, que es portadora de la palabra poética y el argumento, y el público que lo recibe.
            En la Apología, en el texto que establece una primera teoría acerca de la inspiración poética, concede al entusiasmo o endiosamiento la génesis de la poesía. De esta manera, su primera teoría establece tres polos básicos en la creación poética: un dios (o sus subrogadas las Musas) portador del argumento, un poeta que sirve como “mensajero” de sus palabras (subyugado por un conocimiento más allá de sus posibilidades) y se encarga de transmitirlas al público (el tercer polo). En ningún caso admite Platón que la poesía sea fruto de una técnica o destrezas aprendidas, sino que es el furor lo que inspira la verdadera poesía. Se establece así una diferencia entre poesía furiosa y poesía artesanal o técnica.
Más adelante, Platón se ve obligado a matizar su primera Teoría de la poesía como fruto de una demencia divina hasta que decreta la expulsión de los poetas de esa sociedad ideal que muestra en la República.
En pos de ese estado ideal, Platón termina desarrollando otra teoría, la de las Ideas, en la que acaba haciendo una separación entre el mundo de las ideas y el mundo de lo sensible. El mundo de las ideas (esencias, formas) está presidido por la idea de Bien, en la que residen las virtudes que componen el ideal de areté y que corona la jerarquía. En el mundo de lo sensible se encuentran las imitaciones de las realidades sensibles que realiza el artista.
El arte como imitación de una apariencia, como apariencia de un segundo orden, queda entonces definido como ficción imitativa. La teoría del furor será matizada según la oposición poesía inspirada (poesía por anamnesis –o reminiscencia de las Formas presentes en el Mundo de las Ideas-, es decir, la buena poesía)/poesía técnica (la mala poesía, el arte como apariencia).
Junto al concepto de mimesis o imitación aparece pues la anamnesis o reminiscencia de la idea, un concepto de imitación en el sentido de reproducción del signo marcadamente humano. Al acentuarse la diferencia entre lo divino y lo humano, el concepto de mimesis se desdobla en mimesis/representación entendida como comunicación trascendental, y una mimesis degradada ficticia, en la que el actuante ya no es encarnación sino imitación, ya no está en su lugar sino que lo interpreta.
Platón se inclina por aquellas producciones artísticas en las que resulta patente la intervención del furor como trasmisor de la idea, y que ostenten por lo tanto su carácter de anamnesis o reminiscencia de la misma, y se emplea en negar aquellas que, fruto de la técnica e imitación humanas, estorban al guardián de la República en su camino a la Esencia.
Podemos concluir entonces que Platón distingue un arte mimético (que aleja de la idea) y uno anamnético (que la recuerda). Éste es, por su parte, aquél que no reproduciendo la realidad sensible recuerda sin embargo la belleza inteligible y es el único recomendable en una comunidad perfecta.

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